La otra economía » 2010 » August

Notas archivadas en ''

Campeones en optimismo

Por muy tópico que pudiera parecer no encuentro otro argumento que el manido recurso al “Spain is different” para explicar por qué, según los últimos datos publicados del Índice de Confianza de Eurostat, Alemania y España son los países que mayor confianza otorgan al hecho de que la economía se recuperará en breve.

En el caso de los alemanes es más que comprensible: a pesar de la grave crisis económica, las expectativas de la Dieta Alemana de Cámaras de Industria y Comercio prevé que la media de desempleados en Alemania ascienda en 2010 a 3,2 millones de personas, es decir, 250 mil menos que en 2009 o, lo que es lo mismo, el nivel más bajo desde la reunificación alemana en 1992. Y ello gracias al impulso en la creación de empleo de las pequeñas y medianas empresas.

Pero, ¿y en el caso de España? ¿Alguien me lo puede explicar? Porque ya me diréis qué confianza puede haber en que la economía remonte el vuelo cuando seguimos duplicando la tasa de desempleo de la Unión Europea y casi triplicando la alemana.

Digo yo que, como poco, deberíamos ser el triple de pesimistas; a no ser que la pregunta se refiera a cómo se va a recuperar la economía de los demás mientras nosotros miramos con envidia y esperamos a ver si pillamos algo de rebote.

“Despedida”, de Luis García Montero

Luis García Montero escribe hoy una preciosa despedida de su blog veraniego “Considerando” que ha estado manteniendo en Público durante este mes de agosto.

No sólo es pura poesía, es también un llamamiento a la esperanza y la resistencia para los duros tiempos que se nos vienen encima. Aquí os lo dejo.

“El agua no sabe de escrituras. Eso dicen en Rota cuando los temporales se llevan una casa. El mar salta por encima de las rocas y acaba con las paredes que retaron de forma imprudente a la ley de las tormentas y las mareas. Lo que no se atreven a solucionar las ordenanzas municipales, lo arreglan las crecidas de los ríos y la ira del mar. Tampoco entiende de escrituras el tiempo. Pasa sin dejar que nos bañemos dos veces en la misma ola.

Cuando agosto nos ofrece una hamaca, cuando disfrutamos en la piel una sensación de plenitud soleada que nos une a la tierra, y las noches crecen como interminables enredaderas con olor a jazmín y amistad, y llegan a nuestros ojos, con la puntualidad de un tren perfecto, las páginas de los libros y los desnudos de las sábanas, caemos en la tentación de considerar que el tiempo es una propiedad privada. Pero el tiempo, enamorado de sí mismo, va de mostrador en mostrador, sin casarse con nadie.

La marea del tiempo se lleva agosto y nos deja a las puertas de un otoño duro. Parece que el invierno será duro también, como la primavera, en la que brotarán flores de un color indeciso. Pero no estoy dispuesto a volver a la ciudad con ojeras.

Me gustaría que mi despedida en el número final de este suplemento libre y veraniego sirviese para decirles que en cualquier frío hay siempre un calor hecho a nuestra medida. Lo indispensable es que estemos en nuestro lugar cuando venga a buscarnos. Seguro que en cualquier esquina nos espera un sol de invierno dispuesto a mantener el color de las palabras y la conciencia. No hace falta un bronceado espectacular, basta con la piel del aire limpio. Considerando los malos tiempos que corren, la palidez del pesimismo es un lujo que no nos podemos permitir. Algo traerá la marea, o el temporal”.

El debate sobre Afganistán

Mi artículo de hoy en Público no está escrito, aunque pudiera parecerlo, al hilo de la trágica coyuntura inmediata. Llevaba varios días enviado y ha cobrado, de repente, mayor actualidad ante la muerte de tres españoles en Afganistán.

El motivo que me incitó a escribirlo puede resumirse en una serie de preguntas que, en mi humilde opinión, deberían abrir los términos de un debate más sincero sobre la cuestión.

Son preguntas como, ¿qué diferencia la presencia de las tropas, españolas o de cualquier país, en Afganistán con respecto a lo que han estado haciendo, por ejemplo, en Irak? Y si de allí se sacaron las tropas españolas porque era una guerra ilegal e injusta, ¿por qué se mantienen en Afganistán? ¿Puede alguien creerse que un gobierno como el de los Estados Unidos y los gobiernos comparsa con presencia militar en ese país gastan miles de millones de dólares para defender los derechos de las mujeres afganas? ¿No hay otras formas de promover una transformación social que permita mayores niveles de emancipación para las mujeres y, en definitiva, para el conjunto de la población que a base de bombazos? Cuando con el millón de dólares que cuesta mantener al año a un soldado estadounidense en el país se pueden construir 20 escuelas, ¿por qué seguir apostando por la ocupación y no por la educación?

Estas son las preguntas que me sirvieron de base para el artículo que podéis leer aquí.  

A vivir del aire

Si eres una de las 70.000 personas cuya edad se encuentra entre los 30 y los 45 años, has agotado tu prestación de desempleo, tus ingresos no superan el 75% del salario mínimo interprofesional y no tienes cargas familiares vete encomendando a quien puedas porque ni siquiera tendrás derecho a la ayuda de 426 euros que acaba de prorrogar el gobierno por otros seis meses.

En efecto, en absoluta consonancia con su retórica fervientemente socialista y defensora a ultranza de los derechos sociales y de la clase trabajadora, el ministro de Trabajo ha anunciado, sin que nadie sepa por qué, que esas 70.000 personas, simplemente por el hecho de tener entre 30 y 45 años, no tendrán derecho a la misérrima ayuda de 436 euros mensuales durante 6 meses.

La cuestión tiene sus bemoles. ¿Podría el ministro explicar qué diferencia la situación de una persona en la que confluyen todos esos requisitos pero que sólo tiene 28 años de una que tenga 32 o de una que tenga 43 años con respecto a una con 47? ¿Qué razón objetiva puede justificar una medida así? ¿Qué maravillosa capacidad se le reconoce a los hombres y mujeres de ese abanico de edad, de los 30 a los 45 años, para que se les excluya de esa ayuda? ¿Tal vez la de haber aprendido a vivir del aire? ¿O es que se supone que sus padres aún deben seguir vivos y, por tanto, pueden volver al hogar para pasar a vivir de las pensiones, por otro lado tan generosas, con las que malviven sus progenitores? ¿Es que porque no tienen cargas familiares ya no necesitan alimentarse, vestirse, pagar el alquiler o tomarse una cerveza? [Sigue leyendo →]

Las antípodas

Hay un diálogo de la película “Los lunes al sol” de Fernando León de Aranoa que siempre recuerdo con una sonrisa: Santa, tumbado sobre el malecón, se dirige a Lino y le habla de Australia y le explica qué significa el término “antípodas” -según él, lo contrario, lo opuesto que aquí- y lo ilustra con dos ejemplos: “allí hay curro, aquí no; allí follas, aquí no”.

Si la película se rodara en estos días, el guionista podría añadir un ejemplo más a lo que allí ocurre y aquí no: “allí se puede discutir del fin de la monarquía y el paso a la república, aquí no”.

Pues eso… las antípodas.

 

“Noticias perdidas”, de Santiago Alba Rico

Santiago Alba publica cada día de este mes de agosto una columna en Público. Son noticias imaginarias del mismo tipo de las que ha utilizado en su último y recomendable libro “Noticias” y que, como él mismo dice, tratan de “hacer comparecer bajo una forma extraña la normalidad que aceptamos como natural y rutinaria”.

Si me permitís, os recomiendo leerlas cada mañana aquí. Es una buena forma de empezar el día.

Como muestra para incitaros a leerlas, os dejo ésta que me gustó especialmente; publicada el pasado domingo y cuyo título es “España, campeona del mundo”. Que la disfrutéis. [Sigue leyendo →]

Las lecciones (no) aprendidas de las “subprime”

Como ando de economista de guardia, el pasado domingo sacaban en Público un artículo sobre lo que se había aprendido o no de la crisis de las subprime y para el que me consultaron. Como siempre, veinticinco minutos de conversación se sintetizaban en tres o cuatro frases pero creo que el artículo es interesante en sí mismo, así que aquí os lo dejo.

Pasto para parásitos

Acaba de aparecer un estudio que pone los pelos de punta sobre las consecuencias personales de la pobreza y sus implicaciones a gran escala para el desarrollo de un país. Sus autores (Eppig, Fincher y Thornhill) ponen de manifiesto que los cerebros de los niños que sufren infecciones o enfermedades parasitarias tienen problemas de desarrollo como consecuencia de que los parásitos absorben parte de la energía que sus cerebros necesitarían para desarrollarse

Así, el cerebro de un recién nacido necesita el 87% de la energía de los alimentos que ingiere para poder desarrollarse y funcionar adecuadamente; a los cinco años, utiliza el 44% de esa energía; a los diez años, el 34%; y ya de adulto usa el 25%. En la medida en que ese niño sufra enfermedades parasitarias, los parásitos absorberán parte de esa energía y, por tanto, impedirán el desarrollo adecuado del cerebro, siendo el efecto mayor cuanto menor sea el niño.

Los resultados por sí mismos no dejan de ser aterradores a poco que uno piense dos minutos sobre ellos, pero el estudio no se queda ahí y avanza sobre las consecuencias estructurales de este problema.

Así, los países donde el nivel de inteligencia es menor son, precisamente, aquéllos en los que la proporción de personas que padecen enfermedades infecciosas es mayor y, viceversa, los países en los que las infecciones son menos frecuentes presentan unos niveles de inteligencia mayores. De hecho, según el estudio, la incidencia de las infecciones sobre el nivel de inteligencia es mayor que la de otros factores como pueden ser una alimentación sana, la riqueza, la educación o el clima.

La razón, según los autores, es clara: una sociedad formada por individuos más inteligentes no sólo es probable que generen una mayor cantidad de producto, sino que también mostrará unos niveles de sensibilidad mayor de cara a crear un sistema de educación y salud pública, lo que supone el acceso generalizado a información sobre prevención e higiene, aspectos fundamentales para evitar este tipo de enfermedades.

Como fácilmente podréis imaginar, estas conclusiones apuntalan la dimensión de círculo vicioso que tiene la pobreza y el subdesarrollo: en los países subdesarrollados se generan, por sí mismas, las condiciones estructurales que les impiden salir de la pobreza y, en la medida en que no se alteren las condiciones objetivas que dan sustrato a esa pobreza, difícilmente podrán salir de ella. Si esperamos a que sea el mercado el que venga a quebrar esta dinámica vamos listos: millones de niños seguirán condenados cada año a ser mero pasto para parásitos.

Alberto Montero